
Cualquier juego de azar no es más que un intento de ganar la esperanza a crédito. Y todos somos los rehenes de esas fuerzas que a su arbitrio administran esas tarjetas de crédito. Para entender que tan grande es esa dependencia es suficiente recordar que cada uno de nosotros debe su existencia a la interacción aleatoria de dos células vivas microscópicas. Nuestro género, color de la piel y carácter están determinados por las combinaciones completamente impredecibles de cromosomas, genes y hormonas.
Su Majestad Casualidad decide como y cuando nos vayamos al otro mundo. Nuestro camino de la vida entero desde la cuna hasta la mortaja es solamente una sucesión infinita de juegos de azar. No somos capaces de adivinar ni una de las consecuencias de cualquiera de infinidad de decisiones que tomamos a diario y cada hora. Lo único que nos queda es “esperar lo mejor”. ¡Y la fortuna no piensa para nada en alentar las personas por su prudencia y previsión!
Hubiera sido, sin duda, estupendo señalar el tiempo de aparición de juegos de azar. Sería estupendo pero es imposible. El azar es un fenómeno de orden psicológico, como el fuego es de orden físico. Y no hay ninguna posibilidad de establecer con certeza cuando nuestros antepasados descubrieron la existencia de ambas cosas.
La primera persona entró en la escena histórica en algún momento de la era de Pleistoceno tardío hace unos quinientos mil años. Ocupado principalmente con conseguir la comida un representante de la edad de piedra temprana podría haber topado con el concepto “casualidad” durante la caza. Porque, después de haber puesto una trampa en la noche, él no podía predecir con certeza que en la mañana le esperaría la presa atrapada. Tarde o temprano nuestro antepasado emprendedor, por lo visto, se dio cuenta que cuanto menos él confiaría en pura casualidad más llena sería su comida de la mañana. De así, conforme a las realidades de la vida, se formó la palabra “oportunidad”, y de allí está solo a un paso tal concepto como “la apuesta”.
Hasta el día de hoy llegaron las pruebas materiales de que los juegos de azar existían en el Antiguo Egipto. Por ejemplo, en la pirámide de Keops construida en la región de Giza en las proximidades de Cairo fue encontrada la tablilla de arcilla que cuenta en forma de mitos sobre el origen del calendario moderno gracias al juego de azar.
Y esto fue lo que pasó. Nut, la diosa del cielo, se comprometió en secreto con su propio hermano Geb. El dios creador Ra, al enterarse de su matrimonio, se enfureció y ordenó separar la pareja insolente. Pero esto le pareció poco y Ra maldijo a Nut con palabras:
“No concebirás un hijo en tu vientre en ninguno de los trescientos sesenta días del año. Que esté vacío como las arenas del desierto Hum”
Pero, el buen dios de la noche Tot sintió lástima de la hermosa diosa e inventó que hacer. Invitó a la Luna a jugar a los dados. La apuesta en cada partido era una septuagésima séptima parte de la luz lunar. Con ayuda de Nut Tot venció a su adversario y regaló a Nut su victoria en forma de cinco días calendarios nuevos. Como maldición de Ra no se extendía a estos cinco días Nut, sin demorarse, aprovechó las circunstancias favorables con dar a luz en cada uno de los días por un niño: Isis, Osiris, Horus y Nepsis.
Esta historia muestra que los juegos de azar aparecieron mucho tiempo antes de la construcción de la pirámide de Keops en el año 3000 antes de Cristo. Los siguientes hechos también atestiguan esto:
- - dados tallados de colmillo de marfil por un maestro desconocido y que datan de 1573 antes de Cristo. (ahora se conservan en el Museo Británico);
- - un fresco con la imagen de dos egipcios jugando al atep (que están parados de espalda uno al otro y adivinan los números que muestran en los dedos);
- - cuencos de cobre para el juego “hub-em-hau”: lanzar los discos al cuenco en una secuencia determinada
En varias colecciones de antigüedades egipcias se puede encontrar los papiros con textos de leyes de los castigos para los jugadores ávidos: los enviaban a los trabajos correccionales a las canteras. La severidad del castigo demuestra elocuentemente que tan profundo el virus de azar penetró en el cuerpo de la civilización más antigua.